jueves, abril 14, 2011

Unas lágrimas para Joey


Joey Ramone era ectomórfico, según lo destacan sus biografías. Se trata de esas personas que son esbeltas, altas, con piernas y brazos largos. El tipo medía 1,98 metros, por lo que verlo desde abajo del escenario debería ser como ver un T-Rex sobre la manada de presas haciendo pogo. Su corpulencia hacía que sus movimientos fueran lentos, casi torpes, lo que quedó registrado con varias caídas en escena.

Como si fuera poco con su estampa, inventó una pose única, desafiante, en la que la base del micrófono quedaba entrelazada entre el cuero, sus brazos y sus pelos. Era el gesto combativo de ir hacia adelante, hacer el aguante de su banda. Con un pie dispuesto a avanzar.

No tuve la fortuna de haber visto en vivo a los Ramones, y mucho menos a Joey, de quien trata esta nota. Si hubiera nacido unos años antes, no lo habría dudado y en noviembre de 1994, cuando tocaron en Montevideo, hubiera estado seguro en el Palacio Peñarol gritando “Hey Ho, let’s go”.

Pero no fue así. El primer contacto con los Ramones fue en algún boliche en mi tierna adolescencia. No estoy seguro cuál fue primera, pero sí sé que las dos primeras canciones que escuché fueron I wanna be sedated y Somebody put something in my drink (una de las mejores excusas para explicar los motivos de una resaca y una de mis canciones favoritas en algunos domingos por la tarde).

Y luego, años más adelante, me prestaron el CD Ramonesmanía, la puerta de acceso a la banda de Forrest Hill, y mi entrada al punk rock. Ahí descubrí otras de mis joyas predilectas del grupo como Rock and roll radio, Sheena is a punk rocker, Rockaway beach, y muchísimos etcéteras.

En ese disco estaba también The KKK took my baby away, que en principio me parecía una divertida canción, pero con el tiempo me enteré que Joey la había escrito para Johnny Ramone, el guitarrista de la banda, quien le afanó a su chica. El KKK (Klu Klux Klan) era una ironía con la que comparaba a su compañero, reconocido conservador, totalmente contrario a la mentalidad de Joey. Por el “robo” y las diferencias ideológicas estuvieron 20 años sin hablar, pero conviviendo en la banda.

Una de las leyendas de Joey, comparables a la pisadura de pollitos de KISS o al murciélago de Ozzy, fue la que le ocurrió en noviembre de 1977 cuando el vaporizador que usaba para abrir sus cuerdas vocales le estalló en el rostro. Lo atendieron -supongo que le habrán puesto alguna pomada en la cara-, actuó y luego fue internado en un centro para quemados.

Pese a que los Ramones con los años gozaron de cierto reconocimiento internacional, Joey nunca estuvo conforme con los resultados obtenidos: “Siempre fuimos más que una banda: inspiramos a generaciones de chicos. Era mucho más que punk rock. Me gusta que haya bandas como Green Day u Offspring. Pero, al mismo tiempo, mi carrera fue una frustración tras otra. Nunca llegamos al Top 40 en EEUU a pesar de que escribimos canciones muy radiables como ‘Sheena is a punk rocker’ o ‘Rockaway Beach’. Hubo muchos obstáculos que no estaban en la música sino en la industria, en la radio o lo que sea. Mucha gente nos tenía miedo”, expresó en una entrevista.

Joey compartía la pluma con Dee Dee, el reventado de la banda que se prostituía en la “53rd and 3rd” o andaba aspirando pegamento o “Carbona”, quien escribió los temas más oscuros. Joey, por su parte, tenía un perfil más abierto y crítico, una tolerancia mayor sobre varios temas, algo que también lo enfrentaba con Johnny.

“El país está espantoso. Cuando veo CNN en los hoteles de otros países, me pregunto: ¿para qué mierda volver? Todos estos crímenes sin sentido. Después hablan de los neonazis en Alemania, pero hay más skinheads y KKK en Estados Unidos que en Berlín. Hay que tener la mente abierta. La actitud machista que hay ahora es insoportable. La gente tiene miedo de exponer sus sensibilidades, y la gente que no puede conectarse con otros está perdida”, dijo en su momento. “Johnny es conservador. Odio decir eso de Johnny, pero es verdad. Creo que hace que la banda se vea mal, pero supongo que la belleza de los Ramones es que atraen a todo el mundo. A mí me enferma que vengan skinheads a nuestros shows, aunque sea a ventilar frustraciones. Trato de ignorarlo. Me hace mal”.

Luego de que los Ramones dejaron de tocar en 1996, Joey siguió en la música, luchando contra el linfoma mientras producía su disco solista “Don’t worry about me”, linda forma de despedirse y de tratar de tranquilizar a los demás cuando todo estaba mal.

Hace 10 años, el 15 de abril de 2001, falleció. Era un domingo de Pascuas y estaba escuchando In a little while de U2. En 2002, luego de que Ramones ingresara al Hall of fame del Rock and Roll –uno de los sueños que tenía Joey y que no pudo cumplir en vida-, salió su disco con una emocionante versión de What a wonderful world, el clásico de Louis Armstrong, una canción con la que demostró que debajo de esa campera de cuero había “un cielo azul con sus nubes blancas, árboles verdes y rosas rojas , floreciendo para vos y para mí”.